Vivimos en un mundo cada vez más digital, donde las pantallas forman parte de la vida cotidiana. Los dispositivos como Tablet, celulares, tv, etc. están presentes en hogares, escuelas y hasta en momentos de ocio familiar. Si bien la tecnología, hoy, puede ser una aliada para el aprendizaje y la conexión, su uso excesivo, genera cada vez mayor preocupación entre profesionales de la salud, educadores y familias.
¿Pero qué ocurre, exactamente, en el cuerpo y la mente de un niño cuando pasa demasiadas horas frente a una pantalla? Desde la medicina del sueño hasta las neurociencias, las investigaciones coinciden en que los efectos pueden ser significativos y duraderos.
El Dr. Francisco Vilavedra, médico neurólogo pediátrico del Hospital Alemán nos comparte su mirada sobre el impacto del uso excesivo de dispositivos electrónicos en la infancia.
Sueño alterado, cerebro agotado
Uno de los primeros sistemas afectados es el del descanso. La exposición prolongada a pantallas —sobre todo en horarios cercanos al sueño— interfiere con la producción de melatonina, la hormona que regula el ciclo sueño-vigilia. Además, se elevan los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Esta combinación genera insomnio, despertares nocturnos y sueño fragmentado, impactando directamente en el desarrollo cognitivo, el estado de ánimo y el rendimiento escolar.
El cerebro infantil se encuentra en desarrollo. Esto significa que está en permanente formación y reconfiguración, moldeado por los estímulos que recibe, lo que se denomina plasticidad cerebral.
Durante el uso de videojuegos o redes sociales, por ejemplo, se libera dopamina, neurotransmisor asociado al placer inmediato. Esta liberación excesiva genera una especie de “enganche neurológico”, donde el niño comienza a necesitar estímulos constantes para sentirse motivado. A largo plazo, esto puede dificultar su capacidad para disfrutar de actividades más lentas o complejas, como la lectura, el juego simbólico o la interacción social.
Impacto físico y emocional
Más allá del cerebro, el cuerpo también se ve afectado. La llamada “fatiga visual digital” es cada vez más común en pacientes jóvenes: ojos secos, visión borrosa, dolores de cabeza. Además, las posturas prolongadas frente a dispositivos generan contracturas musculares y dolores cervicales. A esto se suma el sedentarismo, que favorece el sobrepeso y la obesidad, y aumenta el riesgo de enfermedades metabólicas a futuro.
Desde lo emocional, el aislamiento, la menor interacción cara a cara y la exposición a contenidos inapropiados también generan preocupación.
¿Los padres en contra?
El uso de pantallas no es en sí un enemigo. Como toda herramienta, su efecto depende del cómo, cuánto y para qué se utiliza. Lo que no puede reemplazar es la mirada atenta, el juego compartido, la conversación sin filtros, el abrazo en tiempo real.
No se trata de prohibir la tecnología, sino ayudar a que su uso sea de forma saludable, consciente y adaptada a cada etapa del desarrollo.
Algunos consejos:
Acompañar a los chicos en su crecimiento digital es, también, ayudar en su desarrollo emocional, social y físico.